Primavera extremeña, de Julio Llamazares

Primavera extremeña
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Hay escritores para los que lo que ocurre en el mundo tiene otra cadencia, una longitud de onda muy diferente desde cuya frecuencia nos acaban llegando impresiones y percepciones complementarias. Julio Llamazares es de ese corte de narradores que recorren tangencialmente tan pronto un realismo lírico como que nos salpican desde la fabulación.

Corren días extraños y refugiarnos en la literatura de autores como Llamazares puede al menos servir para acernos a lo que ya estaba cerca para replantearnos esa proximidad desde focos siempre enriquecedores y esperanzados.

En marzo de 2020, días antes de que toda España quedara confinada, el autor se instaló con su familia en una casa situada en la sierra de los Lagares, cerca de Trujillo, en Extremadura. Allí estuvieron, como los personajes del Decameron, recluidos durante tres meses en un lugar que les regaló la primavera más bella que vivieron nunca.

Durante ese tiempo, la naturaleza, preservada de la intervención humana, se llenó de luz, de colores brillantes y de animales en libertad, mientras la tragedia de la pandemia se extendía implacable. Y es que la vida, pese a todo, consigue abrirse paso entre las grietas de la realidad, por angostas que sean.

En este libro se entrelazan dos lenguajes para narrar una primavera tan inesperada como cruel y hermosa: el de la prosa sugerente de Julio Llamazares y el de las evocadoras acuarelas de Konrad Laudenbacher, amigo y vecino del autor. Una vez más, como siempre ha ocurrido, el arte y la literatura aparecen para ofrecer consuelo y un conjuro que intenta detener el dolor del mundo. La primavera recobrada.

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