Hay un intimismo que hace época. Me refiero a la intrahistoria de cualquier tiempo que hilvana las crónicas de lo acontecido con el único hilo posible de las vidas en el ínterin. Algo mucho más allá de los relatos oficiales, de las frías hemerotecas y los libros de Historia incapaces de alcanzar hasta ciertos niveles de humanidad…
Y Elizabeth Strout es esa cronista del detalle, de lo espiritual en lo cotidiano, de los intangibles rutinarios que nos hacen habitar otros cuerpos para descubrir hasta el olor del mundo, un aroma que se graba en el recuerdo como si ciertamente se hubiera vivido. Así es fácil de entender lo relevante que es la literatura para explicar y dar contexto a la existencia. Como muestra sirva esta panorámtica a la tenue luz de febrero.
Sinopsis
En Crosby, un pequeño pueblo en la costa de Maine, no suceden muchas cosas. Y sin embargo, las historias sobre la vida de las personas que viven allí contienen un mundo entero. Está Olive Kitteridge, una maestra jubilada, irascible, indecorosa, de honestidad inquebrantable. Tiene setenta años y aunque es más dura que una roca, sintoniza con los matices del alma humana.
Está Jack Kennison, antiguo profesor de Harvard, que busca desesperadamente la cercanía de esa extraña mujer, Olive, siempre tan Olive. Su relación tiene la fuerza de quienes se aferran a la vida. Una novela conmovedora que habla del amor y la pérdida, de la madurez y la soledad, y de esos inesperados instantes de felicidad.
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