La escritora estadounidense Donna Leon debe a su fascinación por Venecia su gloria narrativa. Veintitantos años después de empezar a tirar del hilo de su primera trama del comisario Brunetti por la ciudad de los canales, el indicado hilo ha hecho de Venecia un enorme tapiz de casos. Una coexistencia narrativa que añade a la milenaria urbe otro encanto más. Si ya de por sí resulta fascinante pasear por esas calles de evocación entre decadente y mágica, le añadimos ese punto noir que contrasta con el habitual baño de luz del Adriático.
En «Esclavos del deseo» nos encontramos con una trama que va de menos a más, necesario que sea así por el propio fundamento de una trama que nos hace ver todo como lo va descubriendo el propio investigador. Porque en el comienzo se empiezan a dejar las migas de pan que iremos siguiendo hasta ir descubriendo como todo cobra nueva dimensión. Solo es cuestión de no dar nada por sentado y de no infravalorar los detalles…
La aparición de dos chicas jóvenes inconscientes y con heridas graves a la entrada del Hospital Civil de Venecia pone a Brunetti y Griffoni tras la pista de dos jóvenes venecianos que podrían haber incurrido en un delito de omisión del deber de socorro. Se trata de Marcelo Vio y Filiberto Duso, dos amigos desde la infancia, muy diferentes entre sí: Duso trabaja como abogado para la firma de su padre, mientras Vio dejó de estudiar de niño y se gana la vida trabajando para su tío, que tiene un negocio de transporte de mercancías y una pequeña flota de barcas.
Pero lo que en un principio parecía una travesura de dos jóvenes que solo querían pasarlo bien, destapará algo mucho más grave: una conexión con la mafia de tráfico ilegal de personas encargada de traer hasta Venecia a inmigrantes africanos. Brunetti y Griffoni tendrán que unir fuerzas con un nuevo aliado, el capitán Ignazio Alaimo, el oficial encargado de la Capitaneria di Porto, que lleva años siguiendo la pista de los traficantes.
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