Hay quien pone en tela de jucio incluso el término del «Descubrimiento» de América, alegando que nada fue descubierto pues ya había quien habitaba allí. En principio se trata de una oposición de entrada hasta lo semántico que da pie a la leyenda negra cernida sobre quienes llegaron al Nuevo Mundo desde la vieja Europa. Lo perfecto hubiera sido, para estos relectores de la Historia, que la Tierra hubiera vuelto a su estado original como Pangea para que la unión entre pueblos a ambas orillas del Atlántico se produjera de manera natural.
Pero la Historia no se ajusta a los anhelos más naif de tantos «librepensadores» actuales. Y la Conquista fue un ejercicio de voluntad de aventura que Juan Eslava Galán se ocupa de redibujar en su más justa y precisa realidad, con un toque de lo novelesco que agiliza la lectura sobre los hechos indubitados.
Que la Corona española buscaba ampliar su imperio es algo indudable. Que su forma de colonizar pretendía la integración antes que la dominación, la sumisión o hasta la exterminación, queda como absolutamente manifiesto en el mantenimiento de la población indígena (claro contraste con la conquista del Oeste de Estados Unidos, sin ir más lejos). Que lógicamente se producirían abusos dentro de las pautas marcadas, es innegable. La falsa idea de superioridad de quienes llegaban al Nuevo Mundo derivaría en episodios oscuros inherentes a la condición humana. No se puede negar este aspecto paralelo que contradecía el mandato regio.
La cuestión es que el descubrimiento y la expansión se prolongó durante muchos años. Y nuevos descubridores se abrieron paso en exuberantes territorios desde la isla de San Salvador hasta profundizar más allá del mar Caribe o del Golfo de México. Ahí es donde Eslava Galán introduce esa vida que concede lo novelesco, desde los sabrosos diálogos e intervenciones siempre en férreo movimiento paralelo a los hechos reales.
Las Crónicas de Indias, en su gran heterogeneidad, aportan el sustento de este libro, entre cuyos cambios de registros se adivinan las contradicciones y las lagunas, espacios en blanco que invitan a consideraciones subjetivas y, por qué no, al desarrollo e interacción de los protagonistas reales con otros inventados por el autor para acabar complementando lo que fue y que encajan perfectamente con esa realidad actual de la América antaño conquistada y hoy ricamente habitada en perfecto compás entre lo autóctono y el mestizaje.
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