Serotonina, de Michel Houellebecq

Serotonina, de Michel Houellebecq
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La literatura nihilista actual, o sea toda la que pueda considerarse heredera del realismo sucio de Bukowski o de la generación beat, encuentra en la creatividad de un Michel Houellebecq (capaz de desplegar su narrativa subversiva en diversidad de géneros) un nuevo cauce para la causa del desarraigo romántico pasado por el tamiz del desencanto y los excesos.

Para que así sea, el desencantado por todo se convierte en vitalismo extremo, un vitalismo que alcanza su némesis en la lucidez absoluta de la irrealización de los sueños.

En su ya extensa bibliografía de autoayuda para la autodestrucción del alma, Houellebecq nos presenta en Serotonia a su amigo Florent-Claude Labrouste, paciente de sí mismo en ese extraño ámbito psiquiátrico en el que la química y la naturaleza del desánimo se retroalimentan sin visos de resolución positiva.

Pero hay belleza en la decadencia, sin duda, porque hay grandes verdades en la lucidez cegadora de la derrota. Con sus necesarias dosis de Captorix para afrontar su naufragio, Labrouste sobrevive al equilibrio imposible entre los deseos, siempre pujantes hasta la laceración, y la pesada certidumbre de que el amor es solo un golpe de química inalcanzable para un Labrouste que no encuentra ánimo ni líbido ni nada que pueda suplir las carencias del desencanto que lo intoxica hasta lo físico.

Lo mejor del vitalismo extremo que Houellebecq pincela en esta historia es que ofrece un humor inesperado, negro y cáustico que sobrevuela a la tragedia como la risa inesperada en el velatorio, como el descubrimiento del gran truco final y de la gran mentira que puede ser vivir cuando alguien como el pobre Labrouste cree ser el primero en haber descubierto el efecto final.

Entre recuerdos de su incapacidad para el amor, Labrouste atrae a otros perdedores como él, embelasados en la miseria, de cuya confluencia se desprenden brillantes y siniestras percepciones del mundo.

Porque lo más trágico de todo es que Labrouste, o Houellebecq o quien sea que pare esas ideas sobre un mundo jamás tan abandonado de cualquier Dios como en este siglo XXI, ofrece una idea de la mascarada general. La verdad de la existencia oculta tras un trampantojo de felicidad impostada.

Tras una lectura así, solo queda confiar en nuestra propia producción de serotonina o a su ingesta artificial, para seguir encontrando el lado bueno de la tragedia, riéndonos incluso de lo poco que somos, enseñados estamos con un libro como este tan crudo como necesario.

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