Los 3 mejores libros de Tennessee Williams

Puestos a visitar a grandes plumas teatrales tan dispares como el mismísimo Federico García Lorca o Valle Inclán, me detengo hoy en un dramaturgo de evocación cinematográfica al otro lado del Atlántico, don Tennessee Williams. Porque la escenografía propuesta por este gigante de las letras estadounidenses acabó en más de una ocasión asaltando la gran pantalla con los más famosos actores.

Desde sus particulares infiernos, Williams reflejó en sus obras de teatro todas esas inquietudes fronterizas con la locura de lo cotidiano, sobre el inexorable paso del tiempo, sobre los paraísos perdidos, sobre lo familiar y sus aristas, sobre la soledad y la inadaptación. Solo que el habitual disfraz sensual de unos personajes conducidos entre las pulsiones más intempestivas, sobre las contradicciones más comunes y entre los entresijos más problemáticos de las relaciones humanas le confirió ese halo de dramaturgo intenso e inolvidable. Y sus triunfos se repitieron a cada nuevo cartel.

A la sombra de la creatividad de Tennesse se encontró siempre su hermana Rose, curiosamente sobreviviente a toda su familia, como un fantasma varado desde su locura y un tratamiento médico drástico que la dejó postrada en una silla. Rose Williams falleció en 1996, más de una década después de que su hermano saliera de su propia escena más trágica, en una solitaria habitación de hotel, entre barbitúricos que le imposibilitaron el natural reflejo nauseoso que hubiera evitado su atragantamiento.

Top 3 libros recomendados de Tennesse Williams

La gata sobre el tejado de zinc caliente

Para mí es curiosa la analogía en cuanto al título de esta obra con «Alguien voló sobre el nido del cuco», de Ken Kesey. Y lo cierto es que la similitud en lo fabuloso apunta a lo surreal, a lo onírico, a la conciencia deformadora de la locura y la destrucción que puede llegar a habitar en el ser humano como rasgo diferencial frente a los animales.

Dos títulos emblemáticos para dos creadores que bien conocían de ese lado oscuro de la mente que puede conducir a la destrucción de lo propio, ya sea de uno mismo o de la familia. En el caso de «la gata», la obra se ubica en ese sur estadounidense (desde Tennesse hasta Nueva Orleans) que aún a mediados del siglo XX parecía regirse por sus propias pautas morales más retrógradas que el resto del Este norteamericano más abierto al mundo.

Tirando de una ambientación típica en torno a unas plantaciones de algodón, descubrimos a una familia acomodada en el negocio que va estallando sobre su propia realidad soterrada durante años por la moral en torno a secretos y culpas que van convirtiéndose en monstruos en medio de la convivencia.

Una gata sobre un tejado de zinc

Un tranvía llamado deseo

El deseo como pulsión sexual debía ser algo ciertamente enmascarado en un Tennesse atrapado por sus limitaciones emocionales.

Pero la literatura o más bien el teatro en este caso, siempre puede sublimar, redefinir lo que somos y transformarnos por completo. La obra abunda en las pasiones más exóticas, abriéndose camino entre las restricciones costumbristas. Blanche Dubois (de quien todos dicen que es el retrato de Rose, la hermana de Tennesse), afronta con intensidad en esta ficción destinos que el autor hubiera querido para su propia hermana.

Una historia en la que Tennesse vació sus frustraciones en forma de apasionada puesta en escena, sin poder obviar la parte más oscura de toda pasión en el imaginario de un creador atravesado por la culpa, la infancia infeliz y lo irreconciliable con la vida.

Si Rose pudiera haber sido Blanche probablemente habría acabado igualmente dominada por sus demonios, pero se trataría de otra locura, de la que se desata cuando una ha podido enfrentarse a sus demonios, aunque a la postre salga igualmente derrotada.

El zoo de cristal; Un tranvía llamado Deseo

El zoo de cristal

Una vez más una mujer, Amanda Wingfield. De nuevo una proyección de Rose, la hermana en la que Tennesse encontró cobijo infantil y sintonía hasta que la mente de su hermana empezó a desintonizar del mundo.

El pasado de Amanda vive con ella en forma de recuerdos hoy más gloriosos todavía entre el gris de su cotidianeidad. Laura, la hija de Amanda no puede asumir el peso del destino de una madre que quisiera ver en ella, al menos, una superación de sus circunstancias.

Entre la melancolía de Amanda y las limitaciones físicas y emocionales de Laura, pensar en componer una nueva familia desde Laura hacia la posteridad asoma como un imposible ratificado de la manera más imprevista en cuanto Laura encuentra al hombre que debe ser de su vida.

Los sueños de Amanda y de Laura son en el fondo lo mismo, anhelos del imposible, por un pasado que se fue o por una persona que nunca se llega a ser.

El zoo de cristal
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