Los 3 mejores libros de Bernhard Schlink

En cualquier otra profesión o dedicación, aquellos que llegan de manera inesperada son etiquetados como advenedizos o acusados de intrusismo. Está comprobado que la literatura siempre recibe con los brazos abiertos a cualquiera que tenga algo interesante que contar cuando lo hace con esa entrega necesaria de todo buen escritor.

Ejemplos prototípicos de esta llegada a las letras desde lugares muy diferentes, que acaban siendo espacios comunes, son por ejemplo los médicos con tipos como Robin Cook, o la abogacía con el inconmensurable John Grisham. En un espacio cercano al de la abogacía encontramos la judicatura. Y entre los jueces, pocos han pasado a la narrativa de ficción con la trascendencia de Bernhard Schlink.

Poco podrían imaginarse los conocedores de este autor, en su ejercicio como jurista, que sería capaz de ofrecer historias con semejante poso humanista, con una sensibilidad arrebatadora y con planteamientos que inquietan por su natural contrapeso entre lo existencial y una acción perfilada con una suerte de eficiencia narrativa.

Autos de vidas y sentencias sumarias sobre la naturaleza del alma que, en esencia, tan solo trata de ocupar sus días cabalgando las contradicciones propias. Unas contradicciones que como pruebas periciales o testimonios, pretenden tan solo descubrir esa verdad última que nos mueve.

Schlink perfila siempre unos personajes sumamente detallados en su parte más honda, allí donde residen secretos inconfesables ni tan siquiera bajo juramento. El argumento de cada una de sus novelas pivota siempre en torno a ese brillo de los protagonistas convertidos en fundamento, expuestos frente al jurado de los lectores que escuchan atentos para emitir un veredicto como legos en la materia de la vida que necesitan comprender tantos enigmas atesorados que tan solo en la última página encuentran esa motivación última para entregar toda la vida a su defensa.

El lector

Hace ya unos años que la adaptación cinematográfica de esta novela asaltaba las taquillas de los cines de medio mundo gracias a una melancólica Kate Winslet que supo recoger ese peso de un personaje inolvidable.

Por lo demás, como casi siempre, me quedo con el libro. Porque entre las páginas de esta historia se disfruta más de una extraña intención de reparación que la protagonista, Hanna, despliega sobre el joven aficionado a la literatura Michael Berg.

El chico apenas alcanza los dieciséis y su inesperado encuentro con Hanna como un simple acto de ayuda, acaba desplegándose como ese nuevo universo vital de los accidentes que cambian nuestras vidas. Entre los brazos de aquella mujer madura, Michael funde sus primeros orgasmos con la confusa sensación de que en ello reside el amor.

Y de repente, en el regazo de Hanna todo cobra un sentido que aún no le corresponde para su edad. Las tardes pasan entre lecturas de grandes escritores que anteceden al sexo.

Michael no entiende ese ritual pero ella lo sigue con una profunda religiosidad, transmitiéndonos la idea de que en la inapropiada relación reside una expiación para un espíritu cargado de rémoras que imposibilitan cualquier atisbo de felicidad en Hanna más allá de los tiempos muertos con Michael.

Lo que viene después, ya todo lo recordamos de la película. Ella desaparece, se aleja de ese paréntesis de su vida sumergida en el océano del más profundo secreto.

Pasan los años y Michael, ya un reconocido abogado, se enfrenta a un caso muy mediático en el que se juzgan a criminales de guerra nazis, entre los acusados encuentra a Hanna.

Podemos imaginar el peso de la contradicción, la relevancia de la contrariedad para un abogado que debe acusar ese remoto amor que cambió su vida. Claro está que él la reconoce de manera inmediata mientras que ella apenas puede asociar la imagen de ese hombre con la del niño al que entregó su alma desde su sexo.

El lector

La nieta

Con la inigualable capacidad de Schlink para trazar metáforas como constantes entre la noción subjetiva de la existencia y los escenarios que habitamos, en esta ocasión el asunto cobra aún mayor dimensión al entroncar con lo histórico; con ese deje humanista que ya detectamos en El lector; con el paso del tiempo desde las crónicas que narran los trascendentales sucesos y los pequeños retazos de consecuencias, de vivencias, de intrahistorias entre lo glorioso y lo dramático hacia la superviviencia.

En los años sesenta del pasado siglo, Birgit huyó por amor y ansias de libertad de Berlín Este para reunirse en el Oeste con Kaspar. Ahora, tras el fallecimiento de Birgit, Kaspar descubre que su esposa pagó un precio por esa decisión. Dejó atrás a su bebé, una niña, cuya existencia le ocultó toda la vida. Kaspar, que tiene una librería en Berlín, decide partir hacia la antigua Alemania del Este en busca de esa niña que ya es una mujer.

Así, emprende un viaje al pasado y al presente de Alemania, y cuando por fin da con Svenja, la hija perdida, descubre que vive en una comunidad rural, está casada con un neonazi y tiene una hija, Sigrun. Kaspar querría ver en ellas una nueva familia, pero todo un universo ideológico los separa, pese a lo cual tratará de acercarse a quien considera su nieta y darle una visión diferente del mundo…

Bernhard Schlink retoma aquí la vasta ambición de su obra más celebrada, El lector. De nuevo nos presenta un retrato político de Alemania complejo, alejado de cualquier maniqueísmo. El resultado es un libro profundo y deslumbrante, que habla de la historia en mayúsculas y de cómo afecta a los individuos, de las heridas todavía abiertas de la reunificación y de los retos del presente. Pero es además una novela bellísima sobre el amor, la pérdida, el entendimiento y la redención.

Los colores del adiós

Colores como filtros aplicados a la vida para transformar lo que nos rodea según las impresiones o emociones que nos asaltan. Una escala cromática esta de Schlink que abruma en un abanico de visiones conforme ocupamos las almas de personajes que nos adentran en esos instantes salpicados de la luz necesaria para provocar el completo giro en la existencia.

Este libro reúne nueve deslumbrantes relatos que presentan un minucioso catálogo de actitudes y emociones humanas. Arranca con unos científicos pioneros en el campo de la inteligencia artificial en la Alemania comunista, con la Stasi y los remordimientos de fondo, y siguen otras historias: la del hombre que asiste impasible a la evolución del romance de una joven vecina a la que dio clases cuando era niña, intuyendo que no puede acabar bien; la del hijo que descubre el verdadero rostro de su madre durante unas vacaciones de verano en una isla y de este modo también se descubre a sí mismo; la del profesor de música que tiene un encuentro casual con una mujer de la que estuvo enamorado, del que emerge un secreto y acaso la posibilidad de volver al pasado; la del padrastro que se enfrenta al deseo de su hija lesbiana de tener descendencia; la del hombre que debe asimilar la muerte de su hermano, que ha sido para él casi un desconocido…

Bernhard Schlink, como ya hizo en su bestseller internacional El lector y en sus libros posteriores, continúa aquí la minuciosa y sutil exploración de las flaquezas y anhelos de los seres humanos: el amor, el miedo al paso del tiempo, la culpa, el autoengaño, los sueños que se evaporan, el dolor de la pérdida, los lazos afectivos que nos mantienen a flote…

En este caso lo hace a través de unos relatos que son prodigiosas piezas de cámara, construidas con elegancia, precisión e infinitos matices, en las que se pueden apreciar su profundidad psicológica, su portentoso manejo de las emociones, su perspicacia para plantear dilemas morales… El resultado es un libro redondo, que nos muestra al escritor en plenitud de facultades, como uno de los grandes narradores europeos en activo. 

Mentiras de verano

El estío, las vacaciones, paréntesis vitales. Un buen título para abordar un volumen de muy interesantes relatos hilvanados y que componen un mosaico sobre las contradicciones, las mentiras, las defensas que cada cual levanta para sostener su mundo y los muros que acaban siendo estas defensas.

Excusas hechas fortificaciones internas que nos impiden afrontar cada nueva situación a campo abierto, tal como somos sin los propios impedimentos construídos durante años.

Se puede adivinar que tal concepción sobre la personalidad construída ladrillo sobre ladrillo, capaz de tapiar mentiras y miserias, solo puede conducir a relatos en torno a la frustracción, la irrealización, la tristeza.

Y en cierta forma se trata de eso, de la melancolía de lo imposible cuando lo imposible es fijado por limitaciones e imposicione autoinflingidas.

El asunto cobra dimensiones titánicas cuando estos relatos se introducen en ámbitos muy concretos gobernados por las emociones: relaciones amorosas, familiares, enfermedades inesperadas.

En cada relato aparece finalmente una moraleja existencialista que quizás busque un despertar de nuestra conciencia o simplemente una asunción de nuestra derrota.

Mentiras de verano

La justicia de Selb

Pese a que la llegada del género negro alemán a España parece capitalizado en las últimas fechas por Charlotte Link, hay mucho más donde disfrutar del noir germánico. Y esta novela en la que nació un destacado personaje como es el detective Gerhard Selb, merece y mucho ser disfrutada, así como las otras dos de la serie que poco a poco va llegando a nuestro país.

De entrada, el caso que debe afrontar Gerhard se escapa de su desempeño habitual. Rondando los setenta, pese a sentirse en plena forma, investigar sobre un hacker no parece su especialidad.

Pero Gerhard no puede rechazar un caso proveniente de un gran cliente farmacéutico. Con un lenguaje muy fluido la acción avanza de manera singular entre el caso asignado y un tiempo remoto vivido por Gerhard, cuando actuó para el régimen nazi en labores de encausador de disidentes.

Y precisamente en ese espejo extraño entre algo rabiosamente actual y los fantasmas del viejo investigador va marcándose una transición hacia una intriga en la que intuyes que todo puede acabar enlazándose mágicamente, como así ocurre.

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