Los 5 mejores escritores rusos

La literatura rusa tiene un no sé qué de melancolía, como de asunción de lo gélido en espera de una primavera que nunca alcanza para solazar el alma. Precisamente por ello muchos de los grandes escritores rusos nos aportan un maravilloso equilibrio entre sus tramas anhelantes de viva acción donde sus personajes se sumen en una espera existencial que lo aborda todo desde lo social hasta lo más personal.

Las circunstancias también ayudan, claro está. Y sabida mi intención por rescatar a los mejores escritores de cada país retrotrayéndome máximo hasta el siglo XIX, nos encontramos con una Rusia siempre convulsa, de marcado clasismo ya sea vía zares o vía dirigentes soviéticos que acabaron por replicar el comportamiento de los antaño emperadores rusos. Paradojas muy humanas.

Así, narrar para las grandes plumas como Dostoiveski o Chejov pudo hasta ser un ejercicio de interés cronístico al que añadir después las sensaciones propias entre el desencanto, la alienación y un toque romántico en ocasiones, tamizado por la esperanza de esplendores que no terminan de llegar.

El legado de los más grandes escritores rusos toma relevo en nuevos autores actuales que también destacan con su imaginario atravesando hielos donde se encerraban pasiones siempre pujantes y que en lo literario rompen hacia horizontes insospechados entre tanto buen autor actual.

Top 5 mejores escritores de rusia

Chejov. Esencias rusas en relato

En lo que a narrativa breve se refiere, Antón Chejov se convierte en el referente fundamental para todo aquel enamorado de lo breve, de la síntesis, de las pequeñas grandes historias que pueden transmitir esa esencia del mundo que queda en lo sugerido, en lo simplemente anunciado.

El relato es un entreacto de la propia vida, una lectura completa que poder disfrutar en un trayecto hacia cualquier lugar o como acompañamiento antes de sucumbir al sueño. Y en esa breve perfección Chejov se desenvuelve como el mayor genio de todos. Dedicarse a lo breve, como escritor, puede pensarse como un punto frustrante. Todo narrador parece apuntar a su novela final, aquella que se abre a un universo más completo y complejo.

Chejov nunca escribió una novela en el sentido de obra voluminosa y capitulada con un claro planteamiento, desarrollo y cierre. Y sin embargo su obra ha llegado hasta nuestros días con la misma fuerza que la de cualquier otra voz. Hasta tal punto que, junto a Tolstoi y Dostoyevski, compone una trilogía incomparable de la literatura rusa y mundial, por su diversidad y su profundidad.

Sus inicios fueron marcados por la necesidad. Los escritores como una especie de columnistas de ficción eran muy demandados en los tiempos de Chejov. Una vez ya consolidado no dejó de escribir sobre lo breve, con la idea de lo anecdótico, de la escena única como mejor reflejo de lo que somos. Uno de sus recopilatorios más actuales, aquí:

Los mejores cuentos Chejov

Dostoievski. El realismo complejo

Nadie diría que Dostoyevski se entregó a los brazos de la literatura gracias a los autores románticos. Si algo se puede destacar sobremanera en el genial Dostoyevski es la crudeza dentro de una arrebatadora sensación de humanidad de todos y cada uno de sus personajes.

Pero ciertamente así fue. El movimiento romántico, que si bien lo pillaba ya en plena fase de retirada, todavía coleaba como influencia fundamental de las lecturas que sirvieron de primer alimento para Fiódor.

Lo que debió ocurrir es que este autor descubrió que la realidad es pertinaz. Las circunstancias convulsas y el deterioro social del pueblo ruso acabaron trayendo otro tipo de musas bastante más realistas y empeñadas en profundizar hasta el último requicio del alma.

De primorosa estética narrativa, pese a ello su argumentario general absorbia esa sensación de hastío generalizado, poco exteriorizado de un pueblo gobernado, sobre todo, por el miedo y una especie asunción de la fatalidad como el único destino del pueblo entregado a la causa del zarismo.

Además de esa intención de reflejar las interioridades sociales de su país y esa búsqueda del alma más honda de sus personajes, Dostoyevski no pudo esquivar su propia experiencia vital como motivo literario. Porque su posicionamiento político, una vez patente, y cuando ya su dedicación literaria podía considerarse peligrosa, acabó conduciéndolo a una condena a trabajos forzados en Siberia.

Por suerte escapó a la pena de muerte por conspiración y, tras cumpir con el ejército ruso como segunda parte de su condena, pudo volver a escribir. Aquí abajo una de las ediciones de «Crimen y castigo» más valorada:

Tolstoi. El cronista trágico

La Historia de la Literatura alberga algunas curiosas coincidencias, la más conocida es la sincronía en los fallecimientos (debieron distar apenas horas) entre los dos escritores universales: Cervantes y Shakespeare. Esta gran coincidencia viene a colación con la que comparten el autor que hoy traigo aquí, Tolstoi con su compatriota Dostoyevski. Los dos más grandes escritores rusos y sin duda entre los mejores de la literatura universal, también fuero coetáneos.

Una especie de connivencia del azar, una sincronicidad mágica provocó esta aliteración en los versos de la historia. Resulta tan evidente…, si preguntamos a cualquiera por el nombre de dos escritores rusos, citaría a este tándem de las letras.

Como podía resultar previsible, la coetaneidad supuso analogías temáticas. Tolstoi también se dejó llevar por el sentimiento trágico, fatalista y a la vez rebelde en torno a una sociedad rusa tan estratificada todavía… Realismo como punto de partida para la concienciación y la voluntad de cambio. Pesimismo como inspiración para una escenografía existencialista y sumamente brillante en su humanismo.

Aquí una de las mejores ediciones de su gran obra «Guerra y paz»:

Máximo Gorki. La intrahistoria rusa

Es reseñable que los tiempos duros vividos en la Rusia entre los siglos XIX y XX, pudo favorecer esa narrativa intensa, crítica, emotiva, extrema en los rasgos humanos de la miseria, exacerbada en la voluntad de querer poner voz a un mundo acallado por el zarismo en primera instancia y por la revolución después.

En el caso de Máximo Gorki, con su novela La madre ocurre algo parecido a Dostoievski con Crimen y castigo o a Tolstoi con Guerra y Paz. Se trataba de narrar la historia por medio de personajes que pudieran sintetizar el sentir de un pueblo castigado históricamente y en cuyas almas convivían el miedo, la resiliencia y la esperanza de una revolución que a la postre fue incluso peor, porque cuando el monstruo necesita de otro monstruo para acabar derrotado, la fuerza acaba siendo la única ley resultante del conflicto.

Así que pocas experiencias literarias son más intensas que las lecturas de estos narradores rusos En el caso de Gorki siempre con un punto de reivindicación política, pese a que desde sus inicios al lado de Lennin y su regreso al bando de Stalin, sin duda supusieron un despertar al imposible de una revolución en cuyo ideario participó con ahinco. Hay quien dice que en sus últimos días sufrió en sus propias carnes la represión stalinista a la que no le quedó otra opción moral que hacer frente…

La Madre, Gorki

Aleksandr Pushkin. el despertar del realismo ruso

Por simple cronología, Aleksandr Pushkin adquiere ese rol de padre de la gran literatura rusa que llegó después a manos de Dostoyevski, Tolstoi o Chejov, ese triunvirato narrativo de las letras universales. Porque, pese a la disparidad temática y el cambio de enfoque propio de los tiempos de cada narrador, la figura de Pushkin supuso alimento e inspiración, punto de vista crítico orientado en su pluma hacia un romanticismo que se fue tornando más crudo, hasta ese realismo crudo adaptado al imaginario de cada uno de los tres grandes posteriores.

Desde su amable cuna aristócrata, Pushkin acabó ejerciendo sin embargo como narrador crítico, siempre desde ese punto romántico latente siempre en el autor gracias a su educación refinada y su primera orientación poética.

Pero el romanticismo también puede ser una potente herramienta ideológica que invada desde las emociones a los lectores. Y bien que interpretaron esa posible intención los censores del Zar que siempre lo tuvieron en el punto de mira como foco de posibles sublevaciones.

Siendo apartado de los centros neurálgicos sociales y políticos, sin poder tomar medidas drásticas contra él por sus orígenes aristocráticos, Pushkin fue orientando su producción narrativa hacia un pujante realismo salpicado de su irrenunciable admiración por esa especie de costumbrismo mágico, plagado de mitos y leyendas, propio del romántico de formación que siempre fue.

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