Los 10 mejores escritores mexicanos

De igual manera que procedo con otros tantos países, me voy a centrar en los mejores escritores de México esencialmente seleccionados de entre el siglo XX y la actualidad. En el caso de México era incluso más complejo por tanto bueno donde elegir. Grandes referentes de la narrativa mundial y nuevos talentos que asoman con esa sensación de encontrarnos frente a quien algún día será clásico.

Escritores mexicanos prolíficos en todo tipo de géneros o incluso vanguardistas plumas que se mueven entre aguas diferentes, sondeandos posibilidades narrativas que siempre vienen bien para proyectar lo literario hacia nuevos horizontes. Sin duda me dejaré a algún escritor mexicano que pueda ser de tus favoritos. Pero ya sabes que sobre gustos no hay nada escrito. Aquí van salir a la palestra 10 escritores mexicanos que en mi caso me deslubraron sin saber en ocasiones cual es el don o la impronta que en mayor medida me cautivó.

Pero esa es la gracia de la literatura como en tantos otros aspectos creativos. Una obra nos llama poderosamente la atención y nos adentramos en el particular universo del autor de turno para acabar por señalarlo como uno de esos imprescindibles del país de turno.

Top 10 escritores mexicanos

Juan Rulfo

En ocasiones la excelencia, proclamada a los cuatro vientos por la oficialidad, se cumple. Los estudiosos más considerados de la literatura en español señalan a Juan Rulfo como uno de los imprescindibles. Cuando te acercas a su obra, descubres el motivo y no te queda otra que coincidir con esas corrientes oficiales.

Hablando con terminología actual, con esa tendencia de marca-país, probablemente nadie habrá hecho más por la marca México que Juan Rulfo. Escritor universal, uno de los más admirados del panorama literario mundial. Tras él encontramos a otro escritor mexicano ilustre y coetáneo: Carlos Fuentes, quien si bien nos ofreció grandes novelas, no alcanzó esa excelencia propia del genio.

Como en otras ocasiones, me gusta presentar alguna gran edición que acerque al lector al conjunto de la obra del autor. En el caso de Juan Rulfo, nada mejor que esta caja conmemorativa de su centenario:

El siglo XX tiene unos cuantos escritores excepcionales. Entre esa selecta pléyade encontraríamos siempre a este fotógrafo capaz de retratar la realidad bajo multitud de filtros hacia una composición tan heterogénea como mágica. Autor de culto, con Pedro Páramo convenció a crítica y lectores. Un personaje a la altura del Macbeth de Shakespeare, con su mismo aliento trágico, con esa combinación fatal de las ambiciones humanas, de las pasiones, del amor y de la frustración. Pero Juan Rulfo tiene mucho más. Esta obra maestra no termina de eclipsar el conjunto de una obra literaria que si bien no es profusa, destaca por su inmensa trascendencia e intensidad.

Octavio Paz

Con Octavio Paz se cierra el triángulo perfecto de la literatura mexicana del siglo XX, pues junto a él encontramos a Juan Rulfo y a Carlos Fuentes (aunque este último sentado en su mesa solo para el postre). En no pocas ocasiones ocurre que la literatura deriva en una especie de sinergia generacional. Desde la incomparable coincidencia histórica en las vidas de Cervantes y Shakespeare, la coetaneidad ha sido un hecho que se ha repetido en diversas ocasiones.

Y si bien el ejemplo de los dos grandes genios europeos representa la cumbre de esa sinergia de las letras, el triángulo coincidente temporalmente en sus vértices entre Rulfo, Paz y Fuentes también tiene su enjundia. Porque los tres representan similares cimas literarias desde México para el conjunto de las letras hispánicas y mundiales del siglo XX. Conocidas son las desavenencias sociales y políticas entre Carlos Fuentes y Octavio Paz, pero eso son detalles que para nada ensombrecen el ámbito creativo de ambos y el enriquecimiento final de lo estrictamente literario.

Pero centrándonos en Octavio Paz, el más ilustre de los tres, en tanto en cuanto acabó siendo reconocido con el premio nobel de literatura en 1990, su capacidad creativa abarcaba con idéntica solvencia poesía y prosa, acaparando elogios y ganando lectores de uno u otro género gracias a su equilibro entre la estética y el trasfondo.

Elena Poniatowska

ener que salir de la Polonia asediada por los nazis no tuvo que ser agradable para la familia Poniatowska. Corría el año 1942 y Elena contaba diez primaveras. Probablemente para ella no fuera tan traumático. A esas edad todavía la realidad se presenta difusa, entre las brumas de la fantasía y la trivialidad de la infancia.

Pero la toma de conciencia posterior pudo tener aún más poso de lo esperado. Más aún en una persona como Elena Poniatowska, revelada como una grandísima escritora, viajada  y comprometida con diversas causas concernientes a los Derechos Humanos.

Sus orígenes aristocráticos por ambas ramas, paterna y materna,  nunca fueron para ella un fundamento aunque sí una herramienta para esa lucha constante en defensa de la igualdad en cualquier ámbito.

La novela, como no podía ser de otra forma vistos los antecedentes de Poniatowska, es entendida por Elena como un instrumento hacia la crítica y el acercamiento, hacia la introspección en lo humano en multitud de facetas, desde la natural llegada del amor hasta los motivos para el odio, desde la voluntad por conocer a la necesidad del olvido.

La «Princesa roja» nunca defrauda en todo lo que escribe. Y es que Elena se ha prodigado en artículos y ensayos, en novelas y relatos. Siempre encontramos en sus escritos la pasión por vivir y la intención de sublimar todas las emociones e ideologías hacia algo positivo, conduciéndonos por percepciones personales básicas como la empatía o la resiliencia.

Laura Esquivel

La originalidad es un factor desencadenante hacia el éxito. Después hay que considerar la oportunidad y la ubicuidad. Lo digo porque Laura Esquivel alcanzó el firmamento literario con una novela original que acabó siendo oportuna, en este caso no le hizo falta la ubicuidad (eufemismo para hablar de los contactos y padrinos…)

Como agua para chocolate fue una obra sumamente original que se insertó en el imaginario popular como una novela necesariamente a ser leída. Y así se movió en los círculos literarios de medio mundo, rompiendo registros durante años y años a inicios de los años 90. El realismo mágico del que hace gala la novela es capaz de transformar y elevar la cocina hacia un ámbito emocional… pero hablemos de ella más tarde, en su debida posición de mi particular ranking.

Por lo demás, Laura Esquivel aporta en sus obras ese brillo heredero del naturalismo, con su parte trágica y su empuje hacia la sublimación, la fantasía positiva hecha vivencias y la resiliencia como un foco humano asumible desde la consideración misma de seguir vivos cada nuevo día. Impresiones estas muy genéricas que adquieren sus matices en cada una de las diferentes propuestas de la narrativa de esta autora adotada por la política mexicana desde hace ya unos años.

Guadalupe Nettel

Guadalupe Nettel es delo más destacado entre los grandes narradores actuales mexicanos. Desde la inagotable Elena Poniatowska hasta Juan Villoro, Álvaro Enrigue o Jorge Volpi. Cada uno con sus «demonios» particulares (demonios porque no hay nada más motivador para escribir que un punto de diabólica tentación, un gusto «insano» por el extrañamiento con el que todo buen escritor desnuda el mundo en sus miserias).

Nettel es un ejemplo más en el oficio de escribir como vocación plena, determinista. Porque tanto formación académica como dedicación a la narrativa han transcurrido con ese paralelo devenir de quien disfruta de una férrea voluntad, forjada desde un poderoso soplo interno.

Todo en Nettel encuentra esa forma ideal hacia el porqué final. Formarse en literatura, empezar escribiendo relatos y acabar prorrumpiendo en novelística o ensayo con la autosuficiencia de quien ya se sabe curtida en las artes esenciales. Así que hoy solo nos queda disfrutar de sus libros.

Carlos Fuentes

Viajero de cuna en su condición de hijo de diplomático, Carlos Fuentes adquirió la virtud de estar viajado, una estupenda herramienta de cara al escritor pujante. Viajar ofrece un bagaje incomparable de perspectivas sobre el mundo, de aprendizaje contra el etnocentrismo, de sabiduría popular. La privilegiada infancia del autor fue aprovechada al máximo por éste para acabar convirtiéndose sobre todo en un gran escritor, además de reconocido diplomático como su padre.

Como escritor formado y como persona en contacto con realidades diversas de su inagotable espíritu viajero, Fuentes llegó a ser un novelista sociólogo, con una búsqueda casi antropológica del ser humano en su entorno natural social.

No es que sus novelas sean un sesudo intento de intención pedagógica, pero tanto de sus personajes como de sus planteamientos se desprende siempre una clara intención, la búsqueda de respuestas en la historia. De todo lo pasado queda mucho por aprender, de todos los procesos históricos, de las revoluciones y guerras, de las crisis, de las grandes conquistas sociales, el poso de la historia es una narración de la que se nutría Carlos Fuentes para plantearnos sus novelas.

Lógicamente, en su condición de mexicano, las particularidades de su patria también sobresalen en multitud de sus libros. La idiosincrasia de un pueblo como el mexicano aporta mucho brillo en sus paradojas, lastradas por una intención de pueblo de fuerte identidad diferencial pese al mestizaje que lo acabó construyendo (como todos los pueblos del mundo, por otro lado).

José Emilio Pacheco

Las inquietudes narrativas de Pacheco surgieron ya desde bien joven, descubriendo al escritor decidido a serlo antes de cumplir los veinte años. Con esa firme vocación temprana, José Emilio Pacheco se empapó, con auténtico convencimiento para el desarrollo de su propia obra, de todo tipo de lecturas, en busca de esa síntesis que cada autor debe terminar abordando en busca del propio camino.

Sin apartarse nunca de sus raíces en las que fijó gran parte de su obra, sobre todo en la vertiente ensayística y hasta en la poética, Pacheco abordó en mi campo favorito de la narrativa de ficción, multitud de relatos y algunas novelas con componentes alegóricos y fantasiosos en unos casos o con descarnada sensualidad en otros.

Composiciones diversas que a la postre acaban también entroncando con un firme intención humanística hacia esa literatura comprometida con la existencia misma y con la crónica de los tiempos vividos.

Claro está que esa capacidad para el cambio de género posibilitó una vertiente experimental en la pretensión narrativa de Pacheco, encontrando ese punto de vanguardia en torno a un idealismo casi romántico en el que las sensaciones de la infancia resuenan como ecos, con el pleno convencimiento de una necesidad de retorno a la infancia, aquel paraíso en el que también la experimentación forja temperamentos y perspectivas sobre el mundo.

Juan José Arreola

A la sombra de los más grandes no siempre acaban por ensombrecerse otros. Esos que quizás no dispongan de la ingente creatividad pero sí de la voluntad de mejorar, junto con una capacidad de aprendizaje que acaba por asemejarse al don si la entrega es máxima.

Algo así debe considerarse al traer a colación a Juan José Arreola respecto a un coetáneo, compatriota y hasta tocayo tan gigante como es Juan Rulfo. Luego ya, cuando la vida concedió 15 años más a Arreola, este pudo hacerse heredero del legado y continuador de la obra, con ese cambio de foco del genio que ya no está a quien naturalmente asoma como singular predecesor.

Quizás sea cosa del idioma compartido pero en sus incontables cuentos y volúmenes, un hispanohablante seguramente se enganchará más a las fantasías, oníricas en ocasiones, y ricas disertaciones transformadoras de lo real o directamente surrealistas a su libre pluma, que lo que podría suponer un acercamiento al tan loado Kafka con sus fábulas de tintes más fríos y existencialistas.

Valeria Luiselli

Ficcionando desde la proyección del realismo más consciente con esa irreverencia de una escritora joven, Valeria se manifiesta como poderoso altavoz de una generación enfocada al futuro desde las bases de todo lo nuevo que le pueda quedar al mundo, levantando la voz para revelar el manifiesto trampantojo de una involución constante disfrazada de brillante avance. Literatura crítica en el más amplio sentido de la palabra.

En ese sentido, su ideario bordea en su libro «Los niños perdidos» la problemática de las fronteras como muros de ficción (cada vez más tangibles en el caso que más le toca a la autora de cerca entre México y EE.UU). Muros capaces de estigmatizar a los de un lado tras el único disfraz de la aporofobia. De la misma forma que idealizan a los del otro, los que habitan un lugar cómodo en el mundo solo por el hecho de ser, o quizás simplemente de no ser si somos malpensados.

La cuestión es emprender el viaje hacia lo humanístico de esas aristas de nuestros días, para sangrar en piel propia y empatizar por fin con otros, más allá de las asépticas noticias de televisión.

Pero además Valeria Luiselli también nos enfrasca en otros de sus libros en esa literatura fragmentada que trasiega cómodamente entre el extrañamiento de lo fantástico y lo real como si todo ocupara un mismo lugar estructurado desde la subjetividad de los protagonistas.

La vida, el amor, la familia, el aprendizaje o la muerte son impresiones siempre; descubrir el brillo trascendente de los polos tragicómicos de nuestra existencia es un fin narrativo para una Valeria arrebatadora en su forma de contar historias.

Sergio Pitol

Hay quienes, como Sergio Pitol, son escritores en esa otra vida alternativa que transcurre mientras el destino sobreviene. Si tuviéramos más vidas cada cual sería una cosa distinta en las nuevas salida a escena, pero el tiempo es el que es y Sergio Pitol ya fue suficientes cosas como para circunscribirlo únicamente a su faceta de escritor.

Aún así o precisamente gracias a su alternancia, Pitol escribió algunas de las mejores obras de la narrativa mexicana con su Trilogía de la memoria en lo más alto de su producción literaria. Algo así como la obra vital de aquel Proust enfrascado en su heptalogía.

También hay que señalar en esa definición del escritor que precisamente no fue su vida un camino de rosas. Así es como se demuestra que la adversidad cuando no destruye conforma al espíritu irreductible, al ser humano sobreviviente sobre todo así mismo, al alma inquieta y hambrienta…

Así, en lo estrictamente narrativo disfrutamos con el Pitol que entreteje lo propio y lo ajeno en ese escenario donde escritor es protagonista para aportar lucidez, pasión y respuestas a su manera para todos los interrogantes sobre la existencia.

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