Los 10 mejores escritores alemanes

Lo de que Frankfurt sea la principal feria comercial del libro a nivel mundial no es casualidad. La tradición literaria alemana nos conduce a través de grandes plumas con un halo de trascendencia en cualquier género al que se asome uno. Desde el realismo más pegado al terruño y sus circunstancias hasta la fantasía más alejada de nuestro mundo. Un narrador alemán siempre aparece en cada género descollando entre la medianía. Con una solvencia a prueba de bombas que asegura no solo un entramado magnético para lectores de cada género, sino además un punto de creatividad que siempre va más allá de nacionalidades y surge en las personas bendecidas por las musas.

Quizás sea cosa mía, pero sea cual sea el género del escritor germano de turno se puede intuir un deje de fascinante existencialismo en precisas dosis requeridas en cada género. Y puesto a elucubrar podría deberse a un singular efecto geográfico. A un lado el mar del Norte y al otro el Báltico alcanzan en su fricción hasta la Alemania más interior, desparramando tierra adentro propuestas narrativas como remotos ecos de sirena. De hecho el romanticismo nació en tierras teutonas…

Divagaciones aparte, vamos allá con mi selección de lo más granado de la literatura alemana. Como en mis selecciones de escritores de otros países, me centro en épocas más recientes.

Top 10 escritores alemanes recomendados

Thomas Mann

Nadie sabe qué tipo de escritor hubiera sido Thomas Mann en una Europa libre de guerras. Pero en las circunstancias que le tocó vivir, desde la Primera a la Segunda Guerra Mundial, con el periodo de entreguerras y postguerra final incluídas, su implicación política como baluarte intelectual nunca dejó indiferente, le costase lo que le costase. Lo curioso es que Thomas Mann llegó a ser  idealista de uno y otro lado, girando progresivamente hacia la izquierda conforme el nazismo iba ganando espacios y aplicando su fuerza como toda norma.

Exiliado en varios países, ciudadano estadounidense durante muchos años hasta que su declarado ideario izquierdista acabó por marcarlo también en aquel país cuyo nuevo enemigo era Rusia.

Autor de gran éxito, primero en su alemania natal y después en el resto del mundo, ya cuando sus libros se prohibían en alemania. Padre de hijos tan idealistas como él que no dudaron en alistarse en ejercitos contrarios al nazismo. Premio Nobel de literatura en 1929.

Sin duda una vida trepidante para este autor, probablemente el mejor cronista de lo vivido en Europa durante la convulsa primera mitad del siglo XX.

Siendo un autor marcado por sus firmes convicciones (aunque antagónicas a lo largo del tiempo) y por sus circunstancias, su obra acaba impregnándose de esa compleja realidad europea. Pero una lectura básica también comporta un disfrute incomparable de buena literatura.

Michael Ende

Hay dos lecturas fantásticas absolutamente necesarias para todo chaval que se inicie en la literatura. Una es El Principito, de Antoine de Saint Exupéry, y la otra es La Historia Interminable, de Michael Ende. En este orden. Llámame nostálgico, pero no creo que sea una idea descabellada plantear ese fundamento lector, inmarcesible pese al avanzar de los tiempos. No se trata de considerar que la infancia y juventud de uno sea la mejor, se trata más bien de rescatar lo mejor de cada tiempo para que trascienda sobre creaciones más «accesorias».

Como suele pasar en tantas otras ocasiones, la obra maestra, la gigantesca gran creación de un autor le acaba haciendo sombra. Michael Ende escribió más de veinte libros, pero al final su Historia Interminable (llevada al cine y revisada recientemente para la chavalería actual), acabó siendo esa creación inalcanzable incluso para el propio autor sentado una y otra vez frente a su rincón de escritura. No podía haber réplica ni continuación para la obra perfecta. Resignación, amigo Ende, considera que lo conseguiste, aunque esto supuso tu propia limitación posterior… Aún así, por la excepcional relevancia de su gran novelón, tenía que ubicarlo en lo más alto de la narrativa teutona.

Patrick Suskïnd

Curiosamente cierro el podium de narradores alemanes con otro one hit wonder. Pero es que lo de Suskind es muy similar a lo de Ende. Seguramente serán de los casos más señalables en la historia de la literatura de los últimos siglos.

Como digo, algunos escritores, artistas, músicos o cualesquiera otros creadores tienen la fortuna, la buenaventura o la predestinación para crear una obra maestra de la nada. En el caso del noble arte de escribir, Patrick Süskind es para mí uno de esos tocados por la suerte o por Dios. Es más, estoy seguro de que su novela El perfume fue escrita de tirón. No puede ser de otra forma. La perfección absoluta (nada que ver con sus sombras o vanos intentos) no se ajusta a la disciplina sino a la casualidad, a lo efímero. La completa belleza es cuestión de impronta, de desvarío, nada que ver con lo racional.

Realmente alguien o algo poseyó las manos del autor para acabar escribiendo semejante obra perfecta. En la afamada novela El perfume, un sentido: el olfato, retoma su verdadero poder sensorial, adocenado por la modernidad, por lo visual y lo auditivo. ¿Acaso no es un recuerdo más potente que nunca cuando se asocia a un olor?

Lo triste viene después. Como creador sabes que nunca más podrás hacerlo, porque no has sido tú, han sido tus manos gobernadas por otras, poseídas por otras. ¿Verdad que fue así, amigo Patrick? Por eso permaneces como un autor en la sombra. Sin mostrar a la vida pública tu frustración de haber conocido la gloria del proceso de creación.

Hermann Hesse

En la primera mitad del siglo XX hubo dos escritores europeos que despuntaron sobremanera, uno fue el ya encumbrado Thomas Mann y otro fue el que ubico aquí en cuarta posición: Hermann Hesse. Los dos eran alemanes y ambos transitaron ese amargo camino hacia la alienación de una patria  a la que miraban con extrañamiento.

Y desde esa alienación supieron ofrecer una literatura existencialista, fatalista, dramática, pero a su vez reparadora desde la idea de que la supervivencia de lo peor solo puede conducir a la libertad y los destellos más auténticos de felicidad. Como no podía ser de otra forma, acabaron siendo amigos en su sintonía creativa. Y quien sabe, quizás acabaron retroalimentándose para escribir algunas de sus mejores obras.

De hecho me daba cierto reparo separarlos en este ranking. Pero lo de Ende y Süskind me parece más impactante por su singular capacidad para componer obras maestras que acabaron deborándoles a ambos. Hesse escribió grandes libros entre lo metafórico con un corte filosófico deslizándose entre tramas con ese poso de lo trágico y la resiliencia. Muchos de sus libros son visitados hoy por lectores en busca motivación. Alegorías made in Hesse que trascienden su época gracias a su vasto conocimiento del alma humana, de las emociones y de los horizontes como metas hacia la supervivencia más plena dentro de lo posible.

Autora versátil donde las haya, capaz de la trama más inquietante o del relato intimisma más apasionante. Porque hasta hace bien poco Charlotte Link era una de las voces con mayor autoridad en la novela negra alemana y europea. Y sigue siendo un referente por esa capacidad para los nuevos giros argumentales en su bibliografía. Y es que, después de más de treinta años entregada al mundo de la literatura, Link maneja con maestría todo tipo de teclas necesarias para alcanzar el nivel de bestseller en todo tipo de obras.

Tanto es así que una vez alcanzada esa vitola de autora superventas en un género tan exigente como es el noir, Charlotte Link se ha apuntado a una vertiente narrativa más de época, con ese intimismo que también arrebata a lectores de medio mundo por medio de autoras como María Dueñas, en el mercado español, o Anne Jacobs en todo el mundo.

Así que ciertamente nunca se sabe por donde romperá la siguiente novela de una ingeniosa y variable narradora como es Link. Pluma vertiginosa en ocasiones y cargada de profundidad en otras, con una  escrupulosa caracterización de personajes para el rol que deben desempeñar en el conjunto. Fiabilidad alemana hasta el giro o sorpresa final. Particularmente verás que aquí nos quedamos con sus propuestas más oscuras, pero sin desmerecer su gran capacidad camaleónica.

En cualquier otra profesión o dedicación, aquellos que llegan de manera inesperada son etiquetados como advenedizos o acusados de intrusismo. Está comprobado que la literatura siempre recibe con los brazos abiertos a cualquiera que tenga algo interesante que contar cuando lo hace con esa entrega necesaria de todo buen escritor.

Ejemplos prototípicos de esta llegada a las letras desde lugares muy diferentes, que acaban siendo espacios comunes, son por ejemplo los médicos con tipos como Robin Cook, o la abogacía con el inconmensurable John Grisham. En un espacio cercano al de la abogacía encontramos la judicatura. Y entre los jueces, pocos han pasado a la narrativa de ficción con la trascendencia de Bernhard Schlink.

Poco podrían imaginarse los conocedores de este autor, en su ejercicio como jurista, que sería capaz de ofrecer historias con semejante poso humanista, con una sensibilidad arrebatadora y con planteamientos que inquietan por su natural contrapeso entre lo existencial y una acción perfilada con una suerte de eficiencia narrativa.

Autos de vidas y sentencias sumarias sobre la naturaleza del alma que, en esencia, tan solo trata de ocupar sus días cabalgando las contradicciones propias. Unas contradicciones que como pruebas periciales o testimonios, pretenden tan solo descubrir esa verdad última que nos mueve.

Schlink perfila siempre unos personajes sumamente detallados en su parte más honda, allí donde residen secretos inconfesables ni tan siquiera bajo juramento. El argumento de cada una de sus novelas pivota siempre en torno a ese brillo de los protagonistas convertidos en fundamento, expuestos frente al jurado de los lectores que escuchan atentos para emitir un veredicto como legos en la materia de la vida que necesitan comprender tantos enigmas atesorados que tan solo en la última página encuentran esa motivación última para entregar toda la vida a su defensa.

Günter Grass

Günter Grass fue un autor controvertido en ocasiones por su propuesta narrativa con grandes dosis de crítica social y política. Pero a su vez preclaro escritor capaz de presentarnos historias muy humanas que rebosan de entre esa escenografía de lo político como elemento casi siempre violentador de la convivencia, por lo menos en el periodo histórico que a él le tocó vivir y siempre a través de sistemas de poder totalitarios en lo político o en lo económico.

Narrador de la Alemania resultante de la Segunda Guerra Mundial, y creador de un estilo realista, con ese deje fatalista del idealista a punto de convencerse de que lo social es una batalla casi siempre perdida, acabará empapando su obra literaria de esa idea de los eternos perdedores: el pueblo, las familias, los individuos sometidos a los vaivenes caprichosos de los grandes intereses y la deformidad de los ideales patrióticos.

Ponerte a leer a Günter Grass supone un ejercicio de acercamiento a la intrahistoria europea, aquella que la oficialidad no se ocupa de trasladar a documentación oficial y que solo escritores como él nos presentan con su crudeza más absoluta.

Peter Stamm

La inquietud, en el más amplio y favorable sentido del término es la esencia de un escritor como Peter Stamm. Un tipo curtido en las letras desde ese autodidactismo más auténtico, ese que no dispone de padrinos ni cartas de recomendación.

Y claro, lo de ir dando tumbos es algo connatural a la condición del creador de todo ámbito que descubre su vena creativa sin tener arraigo familiar previo o contactos de relevancia en el mundillo de turno. Solo que al final también hay oportunidades para el genio auténtico, pese a todo.

Su novela Agnes fue la llave, esa obra de innegable calidad que acabó por echar abajo los habituales muros levantados frente a los desheredados y los profanos de un mundo como el literario en este caso.

Lo de Stamm es un intimismo existencialista, extrañado, onírico, alienado y a la vez sublimado por su forma escueta y brillante hacia esa impronta personalísima. Un sello inconfundible siempre necesario para detectar a narradores diferentes de la medianía y así poder observar el mundo y los personajes que somos todos con nuevos prismas.

Sebastian Fitzek

Será que todo abogado tiene dentro un potencial defensor del crimen, según el cliente que lo elige. O simplemente que el acercamiento al mundo legal excita a unas musas que acaban por someterse al género negro, hartas de inspirar pasiones más elevadas de otros tiempos. La cuestión es que Sebastian Fitzek es uno más de los abogados pasados a la literatura de ficción, como nuestro Lorenzo Silva, sin ir más lejos.

Una literatura desde la abogacía sobre la que sus autores vuelcan planteamientos de thriller judicial; abordan el mundo del hampa (que menos de lo que quisiéramos acaba rindiendo cuentas ante el juez); o se zambullen en un género negro que entronca con los subterfugios de una justicia demasiado ciega en ocasiones.

En el caso concreto del abogado Fitzek lo que más se puede reseñar es su intensidad en un conjunto de trepidantes obras de suspense psicológico que más que guiarnos por brillantes pasillos de juzgados nos adentra en los oscuros pasillos de la mente.

Novelas en las que por momentos te sientes un muñeco a merced de las insospechados destinos de una trama maravillosamente desarrollada, en la cual te adentras sin remisión lectora posible. Cualquier lector de Fitzek comparte esa idea del magnetismo de unos personajes mecidos en una tela de araña, tratando a duras penas de escapar hacia el extremo en el que parece que pueda estar la liberación de la laberíntica trampa.

Cornelia Funke

El género fantástico encuentra en Cornelia Funke una piedra angular que equilibra la narrativa de los grandes autores de la narrativa más épica (pongamos a Patrick Rothfuss), con una fantasía más tradicional (pongamos al también alemán Michael Ende). Todo ello en una vertiente infantil y juvenil que reverdece ese literatura tan necesaria como contrapeso a novelas de consumo rápido, sabrosas para los chicos lectores pero carentes de trasfondo.

Porque estaremos de acuerdo en que hay un abismo entre «La historia interminable» y un libro que pudiera llamarse «El dia en que Francisca descubrió que el verde y el rojo no combinan», (cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia). Funker se prodiga, ya se en sus sagas o en entregas individuales, en esas obras de reminiscencias clásicas, o sea con moraleja. Siempre desarrollando los nudos con primoroso ingenio.

Así que con Funke la imaginación de nuestros hijos está en buenas manos. Y hasta nuestra propia imaginación también puede darse un buen baño rejuvenecedor entre las tramas de esta genial autora alemana capaz de empatizar, como solo los grandes contadores de historias saben, con ese mundo entre la infancia y la primera juventud, donde poder asentar esencias acerca del bien y el mal que se proyectan desde mundos lejanos hacia el comportamiento más mundano de los jóvenes.

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