Barcelona siempre está de buena nueva cuando Ildefonso Falcones anuncia un nuevo libro.
La ciudad condal es una especie de escenario recurrente en diferentes épocas. Un lugar donde este autor ubica en muchas ocasiones sus siempre apasionantes tramas en las que las intrahistorias más vívidas se mueven entre distintas periodos históricos.
El conjunto consigue siempre esa sinergia narrativa que engrandece el aspecto de crónica de un tiempo y que intensifica el devenir de unos personajes enfrentados a destinos pretéritos con aroma a recuerdos para el sorprendido lector, con su toque fantástico en algunas ocasiones o con la abierta crudeza de lo que fué en otras.
Esta historia gira en torno a Dalmau Sala y su pasión por la pintura. Los primeros días del siglo XX apuntaban a esa patrimonialización de lo artístico en exclusiva para las clases pudientes. Un reclamo demasiado fuerte para un Dalmau llegado de los suburbios de la ciudad y que llega a convertirse en un Dorian Gray. Un artista que va ganando su cuota de reconocimiento pero en cuyo lienzo de su existencia va cargando con los vicios y las renuncias con la persona que fue en su pasado.
Porque detrás de sí tiene la esencia de lo que fue. Los motivos que lo llevaron a entregarse a la pintura como forma de expresión. Es fácil para él dejarse llevar por la opulencia y esa oportunidad brindada como un escape para su miseria. Pero un verdadero artista siempre acaba descubriendo y reconociendo el vacío que se aproxima cuando se deja de ser lo que uno realmente es.
Corren además días especialmente convulsos. Esa primera década del siglo XX en Barcelona ofrecía un vistazo dicotómico entre los anuncios de la modernidad y el modernismo y el lastre de conflictos latentes de todo tipo políticos y sociales.
Y Dalmau no puede vivir a los dos lados de esa realidad. Porque en el tránsito puede acabar dejándose jirones de piel y alma. Por duro que parezca, es más fácil de encontrar lo auténtico en la parte más oscura de la realidad.
Pero solo de vuelta de los paradójicos círculos infernales del pujante éxito podrá Dalmau retomar el mejor camino, aquel donde convergen el compromiso con su arte, su amor, su pasión y la búsqueda del cambio desde la más abierta y necesaria rebeldía de la que sus cuadros servirán de poderoso testimonio.
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