Si en la literatura estadounidense encontramos al corrosivo Charles Bukowski como exponente más reconocido del realismo sucio, también toca reseñar que la réplica de mayor intensidad en castellano la encontramos en el cubano Pedro Juan Gutiérrez, y que a su vez deriva en interesantes casos como el del español Tomás Arranz.
La crudeza y el simplismo en las descripciones del relato se ponen al servicio de la causa última de esta tendencia nacida en el siglo XX y que pretendÃa conformar la prosa más desangelada para trasladar las mayores sensaciones de desencanto y nihilismo como forma de entrega a tumba abierta a la vida.
Leer a Pedro Juan Gutiérrez es entregarse al ser humano como un animal cuyo raciocinio se restringe al olfateo de la realidad, a la entrega a los instintos, a las sensaciones fisiológicas más completas, desde la vertiente neuronal hasta la escatológica, pasando por ese gran motor esencial que es el sexo, esa perentoria necesidad de descargar lo poco de eterno que nos une al mundo: el orgasmo.
Digamos que los escenarios tÃpicos cubanos de Pedro Juan Gutiérrez tienen algo más de encaje. Los autores estadounidenses que escribieron este tipo de realismo sucio, en su vertiente más descarnada, siempre se terminaban apoyando en la transgresión, en la sacudida moral que suponÃa leer sus libros.
Pero Cuba es Cuba… Y pudiera ser que la asunción de la fatalidad interiorizada en los habitantes de una isla ocupados en el dÃa a dÃa, en los giros en torno al sol, en el sueño y el despertar sin despertador, en los movimientos de la inercia bajo el imperio del sexo como gurú de la existencia, acojan con mayor naturalidad un ideario sobre el mundo simplista y a la vez sobrecogedor.
Nunca está de más ponerse a leer a uno de estos autores para despojarse de tanta superficialidad hasta quedarse con lo que suena a fundamental desde sus páginas: la fecundación del mundo.
Top 3 libros recomendados de Pedro Juan Gutiérrez
TrilogÃa sucia de La Habana
El realismo sucio siempre tiene un punto de declaración explÃcita de intenciones. Unas intenciones que pasan por derrocar cualquier atisbo de filosofÃa, idealismo social o polÃtico a la par que una entrega al derrotismo de la lucidez que supone descubrir que tras el telón de la existencia no queda nada, el teatro siempre es un salón prácticamente vacÃo en el que solo tú divisas la execrable dimensión de tu obra.
No se trata de una defensa del pesimismo sino de un alegato por la supervivencia. Para nada sucumbe al fatalismo sino que se mece en sus aguas. Y en última instancia supone una filosofÃa fisiológica, aquella que nos aclara que lo mejor es comer cuando se puede y follar si nos dejan.
Hablar de todo esto en una Cuba sumergida en su propio aislamiento podrÃa entenderse como una crÃtica. Pero analizando al protagonista no se adivina una pretensión del agravio comparativo con otros lugares, el mundo entero es esa misma Cuba, el universo es un lugar en el que solo follar merece la pena.
Y… ¿Qué es lo mejor de Cuba y del mundo? Pues las mujeres y el ron, para Pedro Juan todo se reduce a eso, y su vida marginal serÃa la misma allà donde nos ofrece su relato simple pero cargado de imágenes o en el mejor palacio en el que su séquito de miserables le rindiera pleitesÃa.
Animal tropical
Para mà esta novela aporta grandes dosis de realismo sucio absoluto, aquel que te asoma con fiereza a los lÃmites de la madurez con la vejez (en cualquier de los sentidos de «hacerse viejo»).
Pedro Juan, protagonista y una vez más indudable alter ego del autor, atraviesa ya los 50 años, una edad complicada para seguir divisando el mundo con esa ligereza paciente de quien tiene toda la vida por delante.
En el fondo, cualquier personaje de realismo sucio es un Dante expuesto a los mismos cÃrculos del infierno solo que sin épica, ni lÃrica ni posibilidad de enmienda.
Y ante ese panorama la única salida posible es la entrega al hedonismo. Pedro Juan es un tipo liberado de todo que es capaz de amar y sobrevivir, con las sombras acechantes de la existencia en ocaso relatadas por momentos desde la sarcástica contemplación, desde la indiferencia o desde el desasosiego.
Porque el humano es contradicción y ningún realismo más sucio que eso, la contradicción de vivir, sobre todo a partir de ciertas edades. Una novela entregada a las pulsiones sexuales en una isla donde se puede amar en todo momento y en cualquier lugar. La miseria es lo que tiene…
El rey de La Habana
Por si cabÃa alguna duda. Pedro Juan es el rey de La Habana. Es como cuando imaginabas que eras el novio de esa niña toda vez que ella no te hacÃa ni puto caso.
Claro está que, considerando a un joven Pedro Juan que se mueve por las calles entre viejos son y brillantes vidrios con su juventud eterna por bandera, se puede entender que no hay otro rey que él. El apocalipsis no lo es tanto cuando el corazón todavÃa late joven y sigue invitando a la fornicación constante y a la bebida para perderse en tiernos desvarÃos de locura.
En torno al joven Pedro Juan, una caterva de habitantes de La Habana olisquean la vida en busca de glorias efÃmeras, con sensaciones que nos mueven entre la inmensa humanidad de la miseria y la mÃsera inhumanidad de la pobreza.
Para el autor, abundar en la vida de Pedro Juan y muchos otros protagonistas satélites siempre es necesario para la toma de conciencia y, porqué no, como invitación a la filosofÃa de la supervivencia, esa que viene dictada por las prioridades del estómago y del sexo.
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