En lo histórico, Julia Domna vivió su época gloriosa como emperatriz romana durante dieciocho años. En lo literario es Santiago Posteguillo quien la ha recuperado para reverdecer esos laureles (nunca mejor traído lo del laurel como símbolo romano de victoria por excelencia), y de paso hacer de lo femenino una reivindicación desde los orígenes mismos de nuestra cultura occidental.
De entrada, el premio Planeta 2018 sería necesariamente un importante espaldarazo para que Posteguillo se adentrara más aún en su gran protagonista en esta ya doble saga con aspiraciones de volumen histórico imprescindible para los amantes del mundo antiguo.
La gloria de Julia, forjada con esa lucha sin cuartel de la mujer a los mandos de todo un imperio llegó con el sabio y también temerario convencimiento de que solo dejándose ver en peligrosos frentes podría ganarse la admiración de todos. Y así ocurrió.
Pero llegado el momento de afirmarse en el poder como algo más que la consorte, la sombra de la enfermedad se cierne sobre ella con la evocación tan próxima a nuestros días del cáncer.
Sin embargo lo peor para Julia es encontrar a sus hijos Caracalla y Geta enfrentados de manera irreconciliable por un poder que ni tan siquiera es suyo todavía. Lo que la hace sacar fuerzas de flaqueza para tratar de detener una pugna fraticida que puede echar todo su esfuerzo y dedicación por tierra.
Con el cáncer de mama extendiéndose irremisiblemente por su cuerpo, Julia siente por momentos la más amarga de las derrotas por la vida propia y por el porvenir tras ella. Pero…, destino o azar de dioses, solo un nuevo impulso tan intenso como el del amor puede recuperarla para la más briosa de sus batallas.
Amor como palanca con la que relanzar su último gran intento de dar nuevos horizontes al imperio, antes de que el ocaso de sus días la lleve allá donde pueda alcanzar; sobrepasando la providencia de unos dioses con los que no parece dispuesta a negociar sus últimos latidos de vida.
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