Leche caliente, de Deborah Levy

Leche caliente
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La particular historia vital de Sofía se entreteje en ese extraño limbo creado entre una maternidad asfixiante y una necesidad soterrada de autonomía.

Porque a sus veinticinco años Sofía es muy joven, demasiado para entregarse abnegadamente a los cuidados de su madre Rose.

La dolencia de su madre es lo suficientemente indeterminada para considerar que tal vez no sea tal, o que tal vez no fuera para tanto… Una enfermedad que la vincula a su hija hasta el fin de sus días, como una condena por la deuda de la crianza anterior.

Porque el padre hace tiempo que no está, y aunque Sofía se plantee buscarlo durante esta historia, la sombra de que de poco servirá siempre la cobija, con un cierto deje de desesperación.

La cuestión es que juntas, madre e hija, viajan desde Inglaterra hasta Almería, donde esperan poder encontrar algún tipo de cura en una clínica de referencia para enfermos desahuciados por la medicina tradicional.

Almería se extiende como un completo desierto, como la propia vida de Sofía, antropóloga de titulación pero imposibilitada para buscarse un trabajo y una vida. Pero Almeria también tiene su playa, con vistas al mar de Alborán, por donde antaño transitaron tantos y tantos aventureros en busca de nuevos mundos.

Y en esas inspiradoras playas, Sofía aprovecha sus ratos libres para esparcir lo que queda de su alma. Hasta que conoce a Ingrid, una alemana residente, y también a un socorrista dispuesto a socorrer naufragios de todo tipo.

Sin duda alguna, los nuevos personajes entrantes en la vida de Sofía evitan su propio naufragio total, o al menos aparecen como rescatadores para su parcela más íntima. La derrota lo es menos cuando Sofía se entrega al sexo más extraño, como una venganza por todo su tiempo consumido bajo la carga de la enfermedad materna y la tutela de sus dominios con rancio aroma a imperio matriarcal.

Pero claro, el contraste siempre puede crear conflictos internos y la pareja perturbación de nosotros como lectores y descubridores del desequilibrio que acaba volteando la balanza vital de Sofía.

La metáfora de las aguas calientes por donde abundan las medusas que buscan carne trémula y caliente a la que aferrarse… el sexo improvisado como forma de lucha frente a la imposibilidad de la juventud y de la vida. El sol almeriense, por momentos generador de luces y de sombras, de imágenes sobreexpuestas, pero siempre intenso…

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