La vida juega conmigo, de David Grossman

La vida juega conmigo

Cuando David Grossman nos avisa de que la vida juega con él, podemos ir asumiendo que al acabar este libro también descubrimos como la vida juega con nosotros.

Porque Grossman narra (aunque sea en este caso en boca de la pequeña Guili), desde ese fuero interno que habita entre lo visceral y lo espiritual; con la extraña mezcla de aromas de lo más mundano con lo más trascendental, en un esencial y común líquido amniótico de nuestro hábitat social.

Y de eso se trata cuando buscamos a un narrador intenso, a uno de los grandes cronistas que van dando testimonio de los tiempos vividos. En Grossman buscamos respuestas o al menos ajustados circunloquios que acaben constriñendo las verdades hasta hacerlas sangrar.

La cuestión es hacerlo con gracia, contextualizándolo todo en una historia. Y en esta ocasión nos adentramos en el núcleo de una familia poliédrica, con sus protagonistas ubicados en sus particulares vértices para componer una figura irregular, descompensada por lo vivido y lo callado, por el remoto pasado en la Yugoslavia que fue como ciclogénesis perfecta donde se enfocaron los penúltimos huracanes de una Europa siempre conjurada en destruirse.

Guili quizás no sepa sobre todo lo que nos va contando del reencuentro familiar capitaneado por su madre, Nina, a quien apenas ve. Y sin embargo podemos descifrarlo todo desde su relato. Porque Guili acaba escribiendo lo que las bocas de los protagonistas callan.

Sinopsis: «Tuvya Bruk fue mi abuelo. Vera es mi abuela. Rafael, Rafi, Erre, es, como se sabe, mi padre, y Nina… Nina no está aquí. No está, Nina. Pero esa fue siempre su exclusivísima aportación a la familia», anota Guili, la narradora de La vida juega conmigo, en su cuaderno.

Pero con motivo de la fiesta del noventa cumpleaños de Vera, Nina regresa: ha tomado tres aviones que la han llevado desde el Ártico hasta el kibutz para encontrarse con su madre, su hija Guili y la veneración intacta de Rafi, el hombre a quien, muy a su pesar, todavía le tiemblan las piernas en su presencia.

En esta ocasión, Nina no va a huir: quiere que su madre le cuente al fin qué sucedió en Yugoslavia durante la «primera parte» de su vida. Entonces Vera era una joven judía croata perdidamente enamorada del hijo de unos campesinos serbios sin tierras, Milosh, encarcelado bajo la acusación de ser un espía estalinista. ¿Por qué Vera fue deportada al campo de reeducación en la isla de Goli Otok y ella tuvo que quedarse sola cuando tenía seis años?

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