El gran Pamuk retoma una narrativa autóctona de sus orígenes turcos para abrirnos la mente a multitud de planteamientos. Hasta tal punto es así que en ocasiones el escenario parece una simple ambientación necesaria para que el propio autor sepa de dónde partir a la hora de hablarnos de la relación hijos padres como una especie de extensión de lo telúrico, con la fuerza de las tradiciones en contraposición de las ansias por otros aires de las nuevas generaciones, del amor por la tierra pese a todo, de la libertad del individuo y de lo mucho que puede hacer el conocimiento a travé de la lectura y la voluntad por abrirse a nuevas ideas.
Hace unos treinta años un asesinato ocurrió cerca de Estambul. Pamuk también nos acerca al caso, intentando buscar respuestas de una forma casi paralela a la narración, aunque dejándonos intuir que el fundamento de aquella muerte también tiene su peso relevante en la historia.
Y a la vez que nos adentramos en el Estambul de hace 30 años entre oriente y occidente. En un espacio próximo a la ciudad el maestro Mahmut y su aprendiz se empeñan en encontrar el agua que palíe su pobreza endémica, pese a la tozudez de la tierra y su negativa a convertirse en fuente.
No encontrar agua puede descencadenarlo todo…
La cultura y la tradición también tienen sus sonadas tragedias familiares. Edipo Rey hizo lo que hizo, pero no le fue a la zaga el caso de Rostam y Sohrab, dos relatos antagónicos sobre muertes de padres e hijos.
Y con referencias de poso tan trágico navegamos entre las aguas de las culturas de aquí y de allá, las civilizaciones enfrentadas en espejos y las dudas que siempre residen en los seres libres que pese a sus respectivas corrientes dudan. La ética es variable, el arte, pese a despertar sensaciones antagónicas según quien lo admire, es imperecedero hasta el último de los días en el que pueda ser contemplado.
Una gran pequeña historia del maestro Orhan Pamuk.
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