La muerte es el mayor misterio, el más grande enigma que se puede cernir sobre nosotros si divisáramos la vida como una novela. El antes y después del hilo temporal queda cortado para aquellos que quedan con las dudas, analizando la soledad como jamás se hubieran planteado considerarla.
De esa soledad que aborda Ángeles González-Sinde en un prefacio de la novela se acaban descubriendo los matices más completos, una vez cortado alguno de tantos hilos suspendidos en el limbo de las casualidades y las fatalidades de nuestro mundo. Y desde ahí seguramente nacieron los personajes de esta historia intensa desde su vertiente meramente narrativa pero también en su aspecto más existencialista.
La joven Kim había hecho su vida en Alicante, alejada de sus progenitores y de sus orígenes ingleses. Hasta que las balas de su siniestro destino acabaron materializando un nuevo caso que jamás debió ser. Hasta allí acuden John y Geraldine, los padres de la chica. Cada uno viene de su nueva vida porque el núcleo familiar hace ya muchos años que no existe. Y la primera idea planteada es la de una culpa soterrada, la que puede asomar cuando las situaciones no se desarrollan dentro de lo considerado como habitual.
Una separación es lo más lógico cuando las cosas no marchan. Pero en este fatídico momento, tantos años después, la decisión asoma como una lejana causa para la muerte de Kim. Y sin embargo, quizás precisamente por la distancia pactada entre John y Geraldine, ambos unen rápidamente fuerzas para esclarecer lo que pasó con Kim. Todo apunta a un caso de venganza sentimental del machismo más brutal. Pero los flecos son estudiados al detalle por policía a la vez que por sus progenitores en paralelo.
«Después de Kim». Todo es oscuro después de Kim. Aunque desde el fondo de esa oscuridad aún queda algo que rescatar, algo por lo que seguir con fuerzas. Geraldine y John conocen que son abuelos y se lanzan a encontrar al niño.
Todo lo peor puede, o más bien debe, encontrar una sublimación para seguir viviendo. La novela se va abriendo en el cauce de alcanzar la verdad y localizar al niño y la ramificación complementaria de la relación entre Geraldine y John.
El más amargo de los reencuentros sirve aquí para aunar fuerzas. Ellos nunca querrían haberse vuelto a encontrar para vivir hombro a hombro semejante situación. Pero en lo peor también puede haber algo de recomposición en ese ámbito de las relaciones sentimientales en las que no hay camino de ida ni de vuelta, sino giros y más giros hacia la fuerza centrípeta e inexplicable del amor.
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