Las cartas que nos tocan, de Ramón Gallart

Una acertada metáfora entre los naipes sobre la mesa y lo que la vida finalmente dispone. El azar y lo que cada uno propone una vez entrado en el juego de la vida. Ir de farol puede ser la más acertada jugada pero siempre viene bien ser capaz de hacer alguna trampa, mientras no sean al solitario.

En el caso de Hugo lo suyo es subir siempre la puja y hasta romper la baraja si hace falta. Porque en eso de buscar la mejor pareja con la que ir apuntando hacia el éxito al final de la partida, nuestro protagonista puede sacarse cartas de la manga para escapar de una partida monótona cuando uno simplemente echa las cartas por echar.

Y no solo trata de amor eso que indico de las parejas. En esta novela todos los encuentros son emparejamientos desde pasiones nacientes, desde la amistad o desde la más entera casualidad. Y el autor aprovecha así para ir desnudando el alma de sus personajes con un deje de realismo mágico. No hay fingimiento, histrionismo ni sobreactuación. Solo el compromiso del autor por dar entera vida a quienes nos acompañan en el viaje de su existencia. Y eso se consigue como si ya conociéramos a cada personaje de alguna otra vida. Porque la naturalidad en esta novela es como un don hacia la empatía inmediata.

Sin duda los personajes de esta trama interaccionan con una mágica sensación de verosimilitud y cercanía que nos predisponen a vivir las más intensas aventuras. Porque poco a poco la historia avanza hacia enredos de toda índole. Eso del azar, las cartas que tocan y el atrevimiento de cada jugador para lanzar su órdago o fingir su poker.

Y en esas el protagonismo de Hugo sirve como de escusa biográfica. Todo pivota en torno a un Hugo que vive mil y una aventuras cotidianas del buscavidas más clásico de la literatura. Un tipo por momentos con sus destellos de héroe (definiendo héroe como todo aquel que simplemente hace lo que puede) pero también con sus miserias entre evocaciones nihilistas. La caracterización de Hugo lo tiene todo para encajar con las contradicciones de todo hijo de vecino.

La trama se va conformando como un ciclón a punto de atrapar a Hugo. Personajes como Cris o Manolo van dando sustento a un devenir precipitado de los acontecimientos que los ubican sobre abismos insospechados al despegar la historia. El resultado es un explosión, una realidad cargada de dinamita en sus cimientos y que acaba explotando, por un lado, mientras también va implosionando desde el interior de un personaje como Hugo que jugó al máximo sus cartas. Para bien o para mal.

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