La abolición de las leyes

El arbitraje se ha institucionalizado en medio mundo. Los laudos arbitrales son esa solución para no llegar a los litigios cargados de procedimientos, plazos y costas.

Y también en este particular ámbito se puede hacer literatura como reflejo de realidades inquietantes, tal como otros narradores de ficciones jurídicas como John Grisham se ocupan de relatarnos con ese punto de suspense sobre algo tan cotidiano como puede ser buscar el amparo de la justicia.

En esta ocasión el ficcionado salpica con la proximidad de un realismo traído de la particular casuística del arbitraje en Perú. Y el personaje del Doctor Héctor Céspedes nos guía por un testimonio inquietante que carga la trama, aún más si cabe, de ese impacto seco de las realidades más crudas.

Porque La abolición de las leyes nos cuenta en el link anterior, en su formato actual de serie novelada, compuesta al alimón por la escritora Gimena María Vartu, la ilustradora Sam Slikar y el editor Héctor Pittman Villarreal, detalles que entroncan con el arbitraje como excusa, como fórmula alternativa para escamotear obligaciones y esquilmar erarios públicos.

Pero el mayor acierto de esta novela reside en esa doble personalización, en el volcado del peso del mundo sobre los hombros de Héctor Céspedes y en la necesaria figura del fiscal, ejerciendo su labor pese a todo. Héctor sabe que los intereses manejan los tempos de esta justicia previa del arbitraje con ínfulas postreras de compra sumaria de voluntades. El fiscal está dispuesto a poner negro sobre blanco, con sello de la justicia, las tropelías acumuladas durante años de desidia y cobros por oscuros favores.

En las tribulaciones de la conciencia de Héctor, por momentos entre lo poético y lo simbólico, encontramos al humano frente a uno de los grandes cánceres de la civilizacion: la corrupción.

En el equilibrio entre el bien y el mal que asalta a este personaje a cada momento, se estructura la dramática visión crítica sobre esa corrupción siempre asaltando la buena voluntad de cualquier figura o institución, incluído el arbitraje.

Las panaceas, las soluciones milagrosas no existen. Menos aún en el ministerio de la Justicia. Y por mucho que se encuentren alternativas para una justicia lenta y en sospecha de no seguir siempre los procedimientos ajustados a derecho, la sombra de la corrupción acaba abriéndose paso, cerniéndose con lentitud en principio, sometiéndolo todo a la oscuridad una vez descubierto que puede volver a ensombrecer el mundo.

El caso abordado en la novela, extraído de esa realidad insuperable, se nos presenta entre reflexiones de sus personajes y esos diálogos abiertos que se producen en una sala de vistas en las que por fin alguien busca la verdad sin pensar en precios.

En el ínterin, entre las idas y vueltas a la sala de vistas, los ricos detalles de lo que verdaderamente puede ser, en este mundo cínico. La instauración del delito para controlar todo laudo arbitral con el que se roba el dinero público que debiera satisfacer necesidades elementales de la población. Y también los daños colaterales.

Nada más desquiciante y nada más parecido a una novela negra que esta composición del puño y letra de quien conoce lo que se cuece en esa justicia al gusto del consumidor, según el precio pagado…

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