Seguramente ningún tiempo pasado fue mejor, ni peor tampoco. Pero resulta apasionante dejarse llevar por ese fatuo intento de melancólico viaje a las épocas de nuestros padres. Justo hasta ese mundo que se nos venía encima pero que aún era una entera suma de casualidades por explotar. En el caso de Ulrich Woelk él ya estaba ahí para ir tomando notas en ese libro que uno nunca sabe que está escribiendo. Acaso un borrador donde los demás van escribiendo hasta que uno consigue esbozar sus primeras letras…
Y sí, cómo no empezar hablando de una madre aunque sea novelando con ese intimismo de la verdad con sus celosías. Porque las madres también vivieron aquellos veranos gloriosos que a todos nos esperan, ajenos a realidades impagablemente lejanas como las guerras. Visiones tétricas que para nada empañan las vivencias cuando la fortuna está de cara. Incluso algo tan trascendente como el hombre llegando a la luna era una mera comparsa de la vida pujante, un extraño bailarín en un mundo sostenido por la misma cadencia prodigiosa de los días que pasan lentos, como indoloros, como liberados de la gravedad. La gravedad física y la emocional que van cayendo poco a poco por su propio peso…
Verano de 1969. Mientras las protestas contra la guerra de Vietnam toman las calles, Tobias, un niño de once años que vive en la periferia de Colonia, espera con ansia el primer alunizaje tripulado. Entretanto, el armonioso matrimonio de sus padres empieza a experimentar ciertos roces, y los acontecimientos se precipitan cuando una pareja comprometida políticamente se instala en la casa de al lado.
A pesar de las diferencias, los padres de Tobias, más bien conservadores, entablan amistad con los nuevos vecinos. La hija de trece años, Rosa, rebelde e inteligente, no solo sabe mucho de música pop y de literatura, sino también de los asuntos del amor.
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