El caso Alaska Sanders, de Joel Dicker

En la serie Harry Quebert, cerrada con este caso de Alaska Sanders, se produce un equilibrio diabólico, un dilema (entiendo que sobre todo para el propio autor). Porque en los tres libros conviven las tramas de los casos a investigar en paralelo con esa visión del escritor, Marcus Goldman, que juega a ser el propio Joel Dicker dentro de cada una de sus novelas.

Y ocurre que, para tratarse de una serie de novelas de suspense: «El caso Harry Quebert» «El libro de los Baltimore» y «El caso Alaska Sanders», la más brillante acaba siendo la que más se ciñe a la propia intriga en torno a la vida de Marcus, o sea «El libro de los Baltimore». Yo creo que Joel Dicker lo sabe. Dicker sabe que los entresijos de la vida del escritor en ciernes y su evolución hasta el autor ya reconocido mundialmente atrapan al lector en mayor medida. Porque resuenan ecos, se extienden ondas en las aguas entre la realidad y ficción, entre el Marcus que se nos presenta y el autor real que parece dejar gran parte de su alma y de su aprendizaje como el extraordinario narrador que es.

Y claro, esa línea más personal tenía que seguir avanzando en esta nueva entrega sobre las fatalidades de Alaska Sanders… Volvíamos así a una mayor cercanía con la obra original, con aquella pobre chica asesinada en el caso Harry Quebert. Y entonces también convenía recuperar a Harry Quebert para la causa. Desde el comienzo de la trama ya se puede intuir que el bueno de Harry va a hacer acto de presencia en cualquier momento…

La cosa es que para los apasionados de Joel Dicker (me incluyo) resulta dificil disfrutar de ese juego entre realidad y ficción del autor y su alter ego en igual o mayor medida que cuando transcurre el drama de los Baltimore. Porque como el propio autor cita, la reparación siempre está pendiente y es lo que mueve la parte más introspectiva del escritor convertido en investigador. Pero las elevadas cotas de emoción (entendida en tensión narrativa y pura emotividad más personal al empatizar con Marcus o Joel) no llegan en este caso de Alaska Sanders a lo alcanzado con la entrega de los Goldman de Baltimore. Insisto en que aún así todo lo que escribe Dicker sobre Marcus en su propio espejo es pura magia, pero conocido lo anterior parece que se añora algo más de intensidad.

En cuanto a la trama que justifica supuestamente la novela, la investigación de la muerte de Alaska Sanders, lo esperado de un virtuoso, giros sofisticados que nos enganchan y embaucan. Personajes perfectamente perfilados capaces de justificar en su natural creación cualquier reacción frente a los diferentes cambios de dirección que toman los hechos.

El típico «nada es lo que parece» cobra en el caso de Dicker y para su Alaska Sanders sustancia elemental. El autor nos acerca a la psique de cada personaje para hablarnos de supervivencia cotidiana que acaba en catástrofe. Porque más allá de las citadas apariencias cada cual escapa a sus infiernos o se deja llevar por ellos. Pasiones soterradas y aviesas versiones del mejor vecino. Todo se confabula en una tormenta perfecta que perfila el asesinato perfecto como un juego de máscaras donde cada cual transfigura sus miserias.

Al final, como pasa con los Baltimore puede entenderse que el caso Alaska Sanders sobrevive como novela independiente perfectamente. Y eso es otra de las marcadas capacidades de Dicker. Porque ponerse en la piel de Marcus sin tener los antecedentes de su vida es como ser capaz de ser Dios escribiendo, para acercanos a diferentes personas con la naturalidad de quien acaba de conocer a alguien y va descubriendo aspectos de su pasado, sin mayores aspectos disruptivos para sumergirse en la trama.

Como tantas otras veces, si he de poner algún pero para descender a Dicker de los cielos narrativos del género de suspense, apuntaría a aspectos que chirrían, como lo de la impresora defectuosa con la que se escribe el famoso «Sé lo que has hecho» y que casualmente sirve para apuntar al supuesto asesino. O el hecho de que Samantha (tranquilo, ya la conocerás) recuerde a fuego una última frase de Alaska que ciertamente ni fú ni fá en cuanto a relevancia para ser recordada. Cositas que quizás hasta sobraran o se pudieran plantear de otra forma…

Pero vamos, pese a ese punto de ligera insatisfacción por no alcanzar el nivel de los Baltimore, el caso Alaska Sanders te tiene atrapado sin poder soltarlo.

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