Desconcierto, de Richard Powers

El mundo está desafinado y de ahí el desconcierto (perdón por el chistaco). La distopía se aproxima porque la utopía siempre quedó demasiado lejos para una civilización como la nuestra que se incrementa exponencialmente en número a la par que decrece que identidad común. El individualismo es connatural al ser. Los nacionalismos y demás ideologías empeoran la cosa. De ahí que poca esperanza pueda haber en aunar esfuerzos para detener catástrofes. Bien hace, no obstante, Richard Powers, en insistir en el preapocalipsis como nueva llamada de atención desde la visión más sensible, la única capaz de provocar el giro: nuestros hijos.

El astrobiólogo Theo Byrne busca formas de vida en el cosmos mientras cría sin ayuda a su peculiar hijo de nueve años, Robin, tras la muerte de su esposa. Robin es un niño cariñoso y tierno que se pasa las horas pintando elaborados dibujos de animales en peligro de extinción y que está a punto de que lo expulsen del tercer curso por golpear a un amigo en la cara.

Pese a que los problemas de su hijo aumentan, Theo intenta mantenerlo alejado de las medicaciones con fármacos psicoactivos. Así, descubre un tratamiento experimental de neurofeedback para potenciar el control de las emociones de Robin mediante unas sesiones de entrenamiento con patrones grabados del cerebro de su madre…

Con unas descripciones del mundo natural sublimes, una prometedora visión de la vida más allá de nuestros confines y el relato de un amor incondicional entre padre e hijo, Desconcierto es la novela más íntima y conmovedora de Richard Powers. En su interior reside una pregunta: ¿cómo podemos contarles a nuestros hijos la verdad sobre nuestro hermoso y amenazado planeta?

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