La desaparición de Stephanie Mailer, de Joël Dicker

La desaparición de Stephanie Mailer, de Joël Dicker
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El nuevo rey del bestseller, Joel Dickër regresa con la difícil misión de conquistar de nuevo a sus millones de lectores deseosos de nuevas tramas de tempos narrativos tan variables como magnéticos.

Escapar de la fórmula del éxito no debe ser nada fácil. Más aún cuando dicha fórmula está aportando frescura e ingenio a uno de los géneros literarios de mayor auge: el suspense.

La capacidad de Dickër para desestructurar la cronología de una trama a la vez que mantiene al lector perfectamente ubicado en cada uno de los escenarios temporales es digna de estudio. Es como si Dickër supiera de hipnotismo, o de psiquiatría, y lo aplicara todo a sus novelas para disfrute final del lector enganchado por los diferentes asuntos pendientes como por tentáculos de pulpo.

En esta nueva ocasión volvemos a las cuentas pendientes, a los asuntos de un pasado más o menos reciente en el que los personajes sobrevivientes a ese tiempo tienen mucho que esconder o que finalmente conocer sobre la verdad.

Y ahí entra en juego otro aspecto verdaderamente reseñable de este autor. Se trata de jugar con la percepción subjetiva de sus personajes respecto a la objetividad abrumadora que se va abriendo paso conforme se compone el relato final. Una suerte de lectura simétrica en la que el lector puede asomarse al personaje y a un reflejo que se va modificando conforme avanza la historia. Lo más cercano a la magia que la literatura nos puede ofrecer.

El 30 de julio de 1994 empieza todo (lo dicho, la fórmula de una fecha pretérita marcada en rojo, como el día del drama de los Baltimore o el asesinato de Nola Kellergar del caso Harry Quebert)

Sabemos que la realidad es una, que tras la muerte de la familia del alcalde de Orphea junto con la mujer de Samuel Paladin solo puede haber una verdad, una motivación, una razón inequívoca. E ilusos de nosotros por momentos parecemos conocer ese lado objetivo de las cosas.

Hasta que la historia se va desarrollando, movida por esos mágicos personajes tan empáticos que Joel Dicker crea.

Veinte años después Jesse Rosemberg se dispone a celebrar su jubilación como policía. La resolución del macabro caso de julio del 94 aún resuena como uno de sus grandes éxitos.

Hasta que Stephanie Mailer despierta en Rosemberg y en su compañero Derek Scott (el otro encargado de dilucidar la famosa tragedia) unas siniestras dudas que con el paso de tantos años les provocan estremecedoras dudas.

Pero Stephanie Mailer desaparece dejándolos a medias, con el incipiente amargor del mayor error de su carrera…

Dese ese momento, ya puedes imaginar, presente y pasado van avanzando en esa mascarada al otro lado del espejo, mientras la mirada directa y franca de la verdad se intuye a media luz al otro lado del espejo. Se trata de una mirada que se dirige directamente hacia ti, como lector. Y hasta que no descubras el rostro de la verdad no podrás parar de leer.

Si bien es cierto que el ya indicado recurso de los flash back y la desestructuración de la historia vuelven a ser protagonistas de la trama, en esta ocasión me da la impresión de que esa búsqueda de la superación de novelas anteriores, por momentos acabamos naufragando en un pandemonium de potenciales criminales que se van desechando con cierta impresión de resolución mareante.

La novela perfecta no existe. Y la búsqueda de giros y giros puede aportar más confusión que gloria narrativa. En esta novela se sacrifica parte del gran atractivo de Dicker, esa inmersión más…., cómo decirlo…, humanista, que aportaba mayores dosis de emoción por una implicación empática más sabrosa en el caso de Harry Quebert o de la mano de los Baltimore.

Quizás sea cosa mía y otros lectores prefieran ese vertiginoso correr entre escenas y posibles asesinos con una retahila de asesinatos a sus espaldas que ríete tú de cualquier asesino en serie. No obstante, cuando me descubrí acabando el libro y sudando como si fuera el propio Jesse o su compañero Dereck, pensé que si primaba el ritmo había que someterse a él y la experiencia finalmente fue gratificante con esos pequeños posos amargos del buen vino demasiado expuesto a los riesgos de la búsqueda del gran reserva.

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La desaparición de Stephanie Mailer, de Joël Dicker
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